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naturaleza y
 memoria


Pilar Espítia*





















*Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia y Doctora en Letras y Literaturas Hispánicas de la Stony Brook University de Nueva York (EEUU). Es divulgadora cultural en su Instagram @dama_unicornio_


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El micelio, según he leído en varios artículos, es la parte oculta de los hongos. Largas cadenas de filamentos subterráneos que pueden extenderse por kilómetros. Los hongos tejen el micelio como hilos finísimos: pequeñas y blancas mortajas en las que la hojarasca y cadáveres de animales caerán para descansar y renovarse. El micelio es un pálido tanatólogo, y a su vez, un demiurgo de la vida en la tierra. 

El micelio no busca deshacerse del otro, ahogarlo o competir entre sí: es la forma en la que los hongos se comunican, sienten, memorizan. ¿De qué hablan los hongos? ¿Cómo se sienten después de un largo día? ¿Qué recuerdos se cuchillean mientras llega la oscuridad de la noche? Preguntas ociosas que no tienen respuesta, pero que me gusta imaginar. Por ahora me queda el recuerdo de algunos hongos que pude ver en la Sierra Nevada de Santa Marta: el hongo pan de oso, el cola de pavo que, por cierto, tiene propiedades para aumentar la memoria humana.

Mientras evoco los hongos y sus micelios en medio de la noche bogotana, me gustaría pensar que la microresidencia en la que participamos fue el comienzo de un gran micelio humanoide, tejido con finos hilos de eso que llamamos escritura. Bajo el techo de la noche y las alas de los murciélagos, susurrábamos nuestros secretos. Escuchábamos en silencio. Vivíamos la historia y los sueños de otro. Los creíamos. Disolvimos nuestros egos para hacer parte de una fibra amplia que perdurará en el tiempo.


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